Le envié una carta a su familia, dando mis condolencias y contándoles lo maravilloso que había sido conocer a Darío y cómo él me había hecho ser más fuerte y tolerar mis tratamientos.
No puedo creer que Diego sea su hijo. Darío hablaba de él, pero jamás se me habría cruzado por la cabeza que era el mismo Diego.
Me ofrece su mano, yo la tomo y me pongo de pie.
—Lo siento, Diego, no sabía que...
Tira de mí hacia él y me abraza.
—En nombre de mi padre, que descansa en paz —me susurra—. Muchas gracias, Klara