Y entonces, lentamente, le vinieron de golpe todos los pesares del mundo, todos los reproches, todas las cosas sin decir, todos los años de ausencia, todas las noches sin amor y los días de angustia preguntándose quién era ella, Catalina Xuárez Marcayda y qué hacía allí, tan lejos de casa, tan lejos de sus raíces, de su gente, tan lejos, viviendo una vida ficticia, una vida sin más sentido que dormirse con la luna y despertar con el sol, una vida estéril como las entrañas en su interior, un páramo seco, inerte, hueco, en donde no cabía espacio para nadie más que ella y su soledad.