Cuando subí a mi plataforma en Hyde Park y observé las multitudes que allí esperaban y las que aún seguían entrando al parque desde todas las direcciones, me sentí embargada por un sentimiento de sorpresa no exento de sobrecogimiento. Nunca había imaginado que tanta gente pudiera reunirse en una manifestación política. Era un espectáculo alegre, bello y asombroso. Los vestidos blancos de las mujeres, junto con sus sombreros decorados con flores, fundiéndose con los viejos árboles del parque, daban la impresión de que nos hallábamos en un enorme jardín florecido.