ra una profunda tristeza que me embargaba como un manto del cual no se puede escapar; sus tentáculos me sumían en un profundo abismo de melancolía. A pesar de los regalos, los abrazos, los besos o los chistes, mi sensibilidad estaba en un alto nivel; hasta una caricia podía causar una herida profunda que se anidaba en mi piel. Era un sentimiento infinito de desgracia.
Mi compañera eterna de pesares empezaba a materializarse por medio de mis reacciones agresivas y violentas; mi profunda melancolía estaba a flor de piel. Comprobé que cualquier situación, por superficial que fuera, me causaba una angustia insoportable