Desde el punto de vista de Spinoza, la aceptación del milagro equivaldría paradojalmente al ateísmo puesto que, en definitiva, introduciría una escisión en Dios mismo considerado como realización de las leyes naturales. El milagro, haciendo que algo exista en contra o por encima de la Naturaleza, eliminaría, consecuentemente, la idea de un Dios creador de leyes naturales sobre las cuales él mismo se despliega de modo inmanente.