Habían creado una cultura original, exagerada en su pompa y solemnidad, en su cortesanía, en su arte y gastronomía exquisitos, muy recargados y adornados.33 Era la suya una sociedad al mismo tiempo sumamente devota y sumamente festiva y cuya gente era orgullosa y soberbia. La arquitectura barroca, la cocina complicadísima, las ceremonias solemnes, los vestidos pesados, la orfebrería tan finamente trabajada, los muchos adornos y hasta el lenguaje rebuscado eran, como diría Alfonso Méndez Plancarte, “flores de un mismo rosal”: “la piedra, la palabra, el condimento, el adorno, una misma ostentación de lo decorativo”.34