En ese instante, como si las palabras de papá fueran una maldición que hubiera despertado al monstruo, Santiago se levantó de un salto y su silla cayó de golpe al suelo. Tenía la cara completamente roja y las venas de su cuello se habían inflado tanto que parecía que estallarían en cualquier momento. Nos vio a todos rápido como buscando algo y sin decir nada tomó la televisión con las dos manos, la jaló con todo y cable y la arrojó por la ventana.