Ahora tengo treinta y seis años y soy padre. No debería serlo. Un padre incapaz de cortar las ramas inferiores y de cantar coplillas mientras riega los frutos. Un padre que no puede enseñar a su hija a montar en bicicleta. Que no ayuda con los deberes. Que silencia el relato, efímero, inmisericorde. Un padre no puede enseñar nada a su hija. Una hija. Una hija, solo una: nunca estaré preparado para verte morir