Te propulsan a la alegría, a un deseo nuevo y devastador. Captan esas miradas tan elocuentes sobre el inmenso apetito de las mujeres, sobre la urgencia de los cuerpos. Exponen las manos que encienden un cigarrillo con una sensualidad turbadora, casi con desesperación; las pieles que se rozan, eléctricas, voraces, jamás saciadas, los brazos que se abren, los cuerpos que se lanzan, se sumergen y salen de nuevo a la superficie, dichosos, a veces agotados.
Rozan los labios aplastados por el carmín, por las mordeduras, las sonrisas, las carcajadas fuertes como hombros masculinos, toda esa vida chillona y virtuosa, con el ruido de los cubiertos impactando en la porcelana de los platos, las jarras de vino de vidrio barato golpeando la mesa