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Rhoda Broughton

  • Marcia Ramoshas quoted2 years ago
    trasladarme a la mansión de lord Furnivall, donde me convertiría en la doncella de la señorita
  • Marcia Ramoshas quoted2 years ago
    revelase jamás que era ella la que me lo había contado, pero que era un ruido muy raro y lo había oído muchas veces, casi siempre en las noches de invierno, cuando se avecinaba una tormenta. La gente contaba que era el antiguo señor quien tocaba el gran órgano del vestíbulo
  • Dianela Villicaña Denahas quoted2 years ago
    charlataneando, regateando, comprando, vendiendo y trajinando
  • Dianela Villicaña Denahas quoted10 months ago
    Se trataba de un joven caballero muy instruido, y yo le gustaba mucho. Seguramente, también influiría el orgullo. Porque yo, aunque tú no te lo podrás ni imaginar ahora mismo, querida, era una verdadera preciosidad en aquel entonces
  • Dianela Villicaña Denahas quoted10 months ago
    Dejarlos aquí… ¡Dejarlos aquí! —Mi madre estuvo dándole vueltas a esas palabras—. ¿Y tú qué dices, Dorothy?
    »Yo permanecí callada. La verdad sea dicha, jamás me había separado de ella en toda mi corta vida. Nunca se me había pasado por la cabeza el deseo de vivir alejada de ella, ni de disfrutar de ningún placer sin su compañía, hasta…, hasta aquellos últimos tres meses.
    »—Madre, no te imagines que yo…
    »Pero aquí me topé con los ojos del señor Everest y me interrumpí.
    »—Le ruego que continúe, señorita Dorothy.
    »Pero no, yo no habría sido capaz. Tenía un aspecto tan ofendido, tan dolido, y los dos habíamos sido tan felices juntos…
  • Dianela Villicaña Denahas quoted10 months ago
    Sí, yo era la belleza oficial de Bath. Allí fue donde el señor Everest se enamoró de mí. Yo me sentí muy honrada por ello, pues acababa de terminar de leer el Cecilia, de la señorita Burney, y mi admirador me recordaba a Mortimer Delvil, con el que yo le encontraba un gran parecido. Una historia muy linda, la de Cecilia, ¿la has leído?
  • Dianela Villicaña Denahas quoted10 months ago
    No hay una credulidad más ciega, ni una ignorancia más pueril, que la del sabio que trata de medir «el cielo y la tierra y las cosas que hay bajo la tierra» con la regla mezquina,
  • Dianela Villicaña Denahas quoted10 months ago
    Debería de haberme alarmado, pero la sonrisa del señor Everest me tranquilizó. Aparte, todavía me consumía una especie de fuego interior, que se había encendido al advertir el cariño con el que él me contemplaba mientras mi padre decía lo de “llevar veinte años casados”
  • Dianela Villicaña Denahas quoted9 months ago
    No sé cuánto tiempo llevaría durmiendo —supongo que unas horas— cuando me desperté de repente, casi con un sobresalto, para descubrir, cerca de los pies de mi cama, a la más horrenda y espantosa de las ancianas que la imaginación pueda concebir, ataviada además con un vestido de época. Parecióme que se aproximaba a la cabecera, no andando, sino más bien como si se deslizara, con el brazo y la mano izquierdos extendidos hacia mí
  • Dianela Villicaña Denahas quoted9 months ago
    Pero ellas mismas me sacaron de dudas a la mañana siguiente. Bajaron a desayunar muy alteradas y, sin ocultarle el motivo a nadie, describieron a la anciana tal cual yo la había visto y abandonaron el establecimiento muy airadas después de anunciar que no permanecerían allí ni un segundo más
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