Anvar entró en la casa. Al lado de la mesa se erguía Yusup, que entonaba una canción popular a la vez que pellizcaba las dos cuerdas de nailon del pandur. Kerim acompañaba su canto con muecas y exclamaciones: «¡Ay!», «¡Uy!», «¡Hombre!» y otras cosas por el estilo. Gulia estaba recostada en el sofá, con las mejillas encendidas. Dibir, absorto en sus pensamientos, se miraba el dedo vendado. Sin hacer apenas ruido, Zumrud chasqueaba sus dedos finos, de los que se desprendía polvo de harina, y con los ojos entrecerrados se dejaba llevar por el flujo de la melodía.