El verano se estaba acabando, o ya se había acabado en realidad, porque el verano se acaba siempre de repente, sin que una se dé cuenta. Se es consciente de ello solo cuando ya quedó atrás. El verano no va diciendo adiós, no avisa, digamos, de que llega a su fin y lanza besos con la punta de los dedos mientras el sol pone cara triste. De pronto, una se dice: «Caray, el otro día se acabó el verano y no lo vi.»