Se quedó allí inmóvil; de hecho, casi tropezó.
Porque la mujer que estaba en la puerta era joven, bastante bonita y, cuando lo miró, vio que tenía los ojos grises más grandes y preciosos que había visto en su vida.
Podría ahogarse en esos ojos.
Y Phillip no era de los que usaban el verbo «ahogar» a la ligera, como alguien podría creer.