Hay varias orquídeas que Caldas supone de la familia de las masdevallias. Están encaramadas en las encrucijadas de unos troncos. Son pequeñas, de color violáceo y se suspenden en el aire con languidez. Caldas las observa durante segundos. Toma distancia. Se acerca. Las mira desde diferentes perspectivas. Las flores van cambiando de rostro cuando son observadas, piensa. Luego las roza con las yemas de los dedos y aspira su fragancia. Pronuncia un nombre: masdevallia rosácea. Caldas, que hace poco ha cumplido cuarenta y ocho años, ahora quisiera estar sometido al aroma de una orquídea. No hay mayor deleite que esta breve posesión de la belleza capaz de justificar los actos de un hombre, se dice. Y en tanto huele la flor, escucha el palpitar de su sangre que concuerda con el ritmo de la tierra