había despertado al rayar el alba y, entre el sudor y el hedor, no había podido dejar de comparar aquel asqueroso viaje con su propia vida, que primero había discurrido por llanuras risueñas y luego había escalado abruptas montañas y se había escurrido por gargantas amenazadoras, para desembocar finalmente en un paisaje ondulado e interminable, monótono y desierto como la desesperación.