Después de la herida copernicana que demolió la creencia de que la Tierra era el centro del Universo, después de la herida darwiniana que echó por tierra cualquier perspectiva de una humanidad separada radicalmente del reino animal y después de la herida freudiana que llevó a reconocer que la actividad psíquica no era del todo consciente, la herida sociológica rompió la ilusión de que cada individuo es un átomo aislado, libre y dueño de su destino, un pequeño centro autónomo de una experiencia del mundo, con sus elecciones, decisiones y voluntades, sin límites ni causas.