Como la savia que gotea en la madera desnuda, así se hace el poema. No el poema que escribo, no el que leo, no el que está por venir de alguien que aún no ha nacido y partirá en dos el idioma, el cielo, las aguas; no ese poema que sombrea en el ojo de oro de los gatos. Ese poema no. Sino este otro, aquel, el poema que es todos los poemas y contiene el tiempo y la luz. Y es los idiomas del mundo. Y cuando alguien lo dice en voz alta las palabras asestan un aletazo imperioso. En la poesía es mejor creer de una manera limpia y atareada. En la poesía que enuncia y alumbra. También en la escritura que nace del temblor al dudar, de la emoción de no saber ya qué.