Editorial Topía

Lo porno engendra a menudo un mundo artificial, donde las pulsiones están dirigidas hacia objetos irreales.

El consumidor se mantiene no-separado de las imágenes pornográficas que ve, al tiempo que está separado de sus propias emociones.

Desde este punto de vista, la pornografía puede ciertamente representar el papel de una compensación: lo que no podemos hacer en la realidad, lo hacemos a través de la pornografía. “La pornografía es una incitación directa a la masturbación”, escribe Lawrence, en su ensayo Pornografía y obscenidad.10 Pero ese goce es en general solitario, ya que la relación, a falta de una implicación real en la vida, sólo tiene lugar a nivel imaginario, hasta la progresiva disolución del vínculo con otros.

Es por eso que, si bien la imaginación siempre puede satisfacer a un individuo, la realidad, impone en cambio barreras.

Desde un cierto punto de vista, la sexualidad es un espejo de lo humano y de sus contradicciones.

Porque toda sexualidad, y éste es un hecho indiscutible, presenta un componente pulsional y violento (lo que generalmente se llama la “violencia de las pasiones”).

lugar de permitirle a un individuo jugar con su imaginación y aprender a mezclar sus deseos con la realidad, imponen una cierta cantidad de imágenes y de rituales privándolo de toda libertad.

Los lazos que existen entre la violencia y la ternura representan uno de los aspectos más complejos de la sexualidad. Lo que está en juego es el delicado problema del lugar de las pulsiones

Lo cual quiere decir que el consumidor de películas pornográficas tiene tendencia no solamente a quedarse aparte de la narración y su estructura (que por otra parte a menudo es inexistente y monótona), sino a no interrogarse acerca de la verdad y la relación entre imágenes y realidad.

Encontrase con una persona significa por otra parte abrirse a ella. Veo al otro. Lo toco. Pero eso solo es posible a condición de tomar lo que es dado, de no poner al otro en condición de coerción, de no arrancarle nada.