la historia era atrayente, ofrecía la oportunidad de espiar el mundo de los hombres, en otra época, cuando los hombres se marchaban a la guerra o al mar.
Ahora ya no se marchaban; al menos para la mayoría de los hombres, ya no había un mar que surcar ni un desierto que cruzar, no había nada salvo los suelos de una torre de oficinas, los trayectos matutinos al trabajo, un paisaje monótono y familiar, en el que la vida parecía algo de segunda mano, no algo que un hombre pudiera poseer de pleno derecho. Solo en las orillas de la infidelidad lograban los hombres un poco de privacidad, un ápice de vida interior, únicamente en el dominio de sus engaños se convertían, una vez más, en desconocidos para sus esposas, capaces de cualquier cosa.