Se calla, y sé que no es porque me haya escuchado. En cambio, me doy cuenta de que está mirando mi pierna. No, no mi pierna. Mis cicatrices. Las tengo por todos mis brazos y piernas.
—¿Qué pasó? —pregunta.
—Nací del rey pirata.
Extiende la mano, a punto de trazar una de las muchas y finas marcas blancas.
—No lo hagas —le ordeno—. He tenido que soportar a Sheck. No necesito que nadie más me toque.
—Por supuesto —dice apresuradamente—. Perdóname. Pero no iba a... —Se interrumpe, poniendo fin al incómodo momento. En lugar de eso, se agacha y saca un bálsamo de limpieza y un trapo limpio.