Con asombro, Viktor se dio cuenta del efecto que le habían causado las escasas palabras de Anna. De hasta qué punto había deseado que las visiones enfermizas y esquizofrénicas de la paciente tuvieran una base real.
Al aproximarse a ella con lentitud, Viktor notó que le había subido la fiebre y que tenía más dolor de cabeza a pesar de la píldora que había tomado después de ducharse. Las sienes le palpitaban dolorosamente y los ojos le lloraban. De repente la figura de Anna se volvió borrosa y vio su contorno como a través de un vaso lleno de agua. Parpadeó y, cuando pudo ver con mayor claridad, leyó algo en la mirada de Anna que al principio le resultó inexplicable. Y entonces supo qué era: la conocía. En algún momento, hacía mucho tiempo, ya se había encontrado con ella, aunque era incapaz de adjudicarle un nombre o de identificarla, como sucede a veces con un actor: uno no sabe cómo se llama ni en qué película lo ha visto