La muerte era el último escondite, del que habría de guardarse hasta que no quedase ninguna otra posibilidad de deshacerse de una amenaza insuperable. Siempre había otras escapatorias, aquellas que uno no es capaz de ver al principio, y ésa era la razón por la que el hombre, a diferencia de los animales, tenía un cerebro, para poder ver hacia dentro, y no sólo hacia el exterior. Hacia adentro, hacia los lugares secretos en los que los espíritus de los antepasados aguardaban a poder ser la guía de los hombres en la vida.