Hay un momento en la formación de todo hombre en que se llega al convencimiento de que la envidia es ignorancia, y la imitación un suicidio; que un hombre debe tomarse a sí mismo como la porción que le ha tocado en suerte, para bien y para mal; que, aunque haya abundancia de bienes en el ancho mundo, no obtendrá más grano de trigo para alimentarse que el que él mismo se haya esforzado en cosechar en el bancal de tierra que le ha sido dado.