historia de la vida de Peregrino, da del hombre que se quiere quemar ahí una imagen funesta. No hay duda alguna de que Luciano ha puesto en su boca su propia versión, versión según la cual el maestro no sería sino un criminal, un charlatán y un megalómano. La vida de Peregrino se lee como la biografía de un criminal cuyas fases vitales están compuestas de meras monstruosidades: desde el adulterio –tras el cual, al ser descubierto, se le mete, para su ludibrio, un rábano en el ano–, pasando por la pederastia y el soborno, hasta el colmo de los actos vergonzantes, el parricidio. A continuación, obligado a huir de su patria Parium, se le hace maduro para una carrera de estafador ambulante. Poco después se adherirá a una comunidad cristiana (!), en la que logra hacer rápida carrera con sus artísticas piezas retóricas. Los partidarios de este sofista crucificado de Palestina serían, efectivamente, gente ingenua a la que una cabeza astuta puede engañar todo lo que quiera. Por fin, de los cristianos o, como Luciano dice, «cristianianos» se pasa a los quínicos, se deja crecer una luenga barba de filósofo y, tomando la talega del predicador errante, el bastón y el manto, llegará en sus viajes hasta Egipto, donde provocará la curiosidad de las gentes mediante autoflagelaciones públicas; también se rasurará la mitad de la cabeza, cosa que debía de ser una nueva forma, digna de admiración, por supuesto, de ejercicio virtuoso. Llegado a Italia, fulmina invectivas contra el emperador, lo que le vale un destierro de Roma y al mismo tiempo le confiere la aureola de perseguido contra toda justicia. En su hueca vanidad caerá, por último, en la idea de quemarse con gran aparato con ocasión de los juegos olímpicos.