Tomé varios respiros leyendo este libro, escuchando la vida que me Roda, soñando con el perfume de las pomarrosas y buscando fotos de la reinita porque no la conocía. Mariana Matija deja en estas páginas un cariño bien grande y aunque la tierra ya no hable de las maneras en que solía hacerlo, ha encontrado nuevas maneras de hablarnos, de decirnos que somos parte de ella.