Mariana Matija

Las escrituras de los enamorados en los árboles dicen aquí estuvimos, las palabras lo comprueban, nos amamos y con estas letras aquí por siempre nos quedaremos.

El corazón revoloteando, tratando de salirse del pecho. Como un pájaro atrapado que está tratando de seguir la voz de la luz, lanzándose contra ventanas que no abren con la esperanza de atravesarlas o hacerlas caer.

(esos segundos en vida de pájaro deben haber sido una eternidad)

Mi corazón se convirtió en un pájaro que se murió de frío.

Llorar tanto en la cumbre me sacudió hasta que mi corazón soltó todas las piedras, o algo así.

Los estares de mi ecosistema interno son como animales que saben cambiar de forma y de estado. A veces son sólidos, a veces son líquidos, a veces parecen hechos como de un polvo flotante y denso. La esencia de cada uno se mantiene estable aunque por fuera se transformen. Cada uno tiene una función.

Imagino que debe ser poco científico ponerle un nombre a un animal a partir de una onomatopeya

Pero ese día el bichofué con su canto me dijo ¿ves?, aquí no todo es desconocido. Reconoces mi voz. No sabes cómo me llamo pero sabes que mi canto te llevó a las vacaciones que también son tu casa.

Su nombre común cambia según las sílabas que escuchan los humanos que les prestan atención a sus voces, y esas sílabas cambian según el territorio. Creo que eso debe ser porque los bichofués, así como los humanos, tienen acentos distintos en cada lugar,

Pero incluso los científicos saben que un animal que vive en lugares diferentes no puede ser en todos los lugares el mismo animal.