El culto a la muerte está todavía en el fundamento de nuestra sociedad: conservamos con esmero sus cuerpos en cajas selladas, les erigimos mausoleos, no cesamos de cultivar su memoria. Llenamos estantes completos de bibliotecas con nuestras reflexiones sobre la muerte. El nacimiento, por el contrario, sigue siendo un misterio y un tabú. La exclusión milenaria de las mujeres del mundo de las letras y del arte han vuelto escasas, difíciles e inaudibles la expresión y la repartición del asombro ante el surgimiento de un nuevo yo. El nacimiento es apenas celebrado de manera colectiva. Apenas hablamos de él, apenas lo festejamos, apenas prestamos atención a las huellas que semejante acontecimiento deja en nuestro cuerpo y nuestra alma.