Se mencionan cuatro mujeres, y sólo cuatro, en esta genealogía (además de María); dos de ellas eran originariamente extranjeras en cuanto a los pactos de la promesa (Ef. 2:12). Rahab era cananea, y además prostituta, y Rut era moabita; pero en Jesucristo, en cuanto a la salvación, ya no hay judío ni griego; los que son extranjeros y forasteros son bienvenidos, en Cristo, a la ciudadanía de los santos. Las otras dos, Tamar y Betsabé, fueron adúlteras, lo cual imprimía una marca todavía peor en la humillación que por nosotros asumió el Salvador. Sin embargo, en la mente de Mateo (y del Espíritu Santo), la mención de esas cuatro mujeres habida cuenta de los rumores que correrían sobre la legítima condición del nacimiento de nuestro Salvador (v. el comentario a Jn. 8:19, 41), tenía, sin duda, el objetivo de hacer ver a los lectores que a Dios no le importa la «pura sangre» en la descendencia carnal, sino el nacimiento de arriba (Jn. 1:13; 3:3, 5). Por eso, Jesús tomó sobre sí la semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3), y admite a los más grandes pecadores, con tal que crean y se arrepientan, a la más estrecha relación con Él.