Moverse por la ciudad cansa, y no solo porque incluya lidiar con escaleras traicioneras y transportes hacinados. A estas experiencias molestas se les suma el trabajo exigente y cansador de manejar las distintas “opciones de abastecimiento que ofrecen el Estado y otras instituciones ‘paralelas’, como viajar a iglesias o bancos de comida; los encuentros con trabajadores sociales y maestros o visitas a las oficinas de cupones de alimentos; y la espera infinita en agencias y en las salas de atención médica” 82.
Sumado a las largas y mal remuneradas jornadas laborales, todo este esfuerzo implica que hasta las responsabilidades y alegrías más simples de la crianza quedan fuera de alcance. Una de las mujeres entrevistadas por Parker, “Audra”, cuenta su experiencia: “Porque una pasa catorce horas por día en un trabajo de ocho horas. Así que cuando una llega a casa ya está demasiado cansada para ayudarlos con la tarea” 83. La gentrificación solo exacerba estas dificultades. Las mujeres racializadas y de bajos ingresos son más vulnerables al desplazamiento, a tener que trasladarse a zonas con pocos servicios, donde los beneficios de la vida urbana —accesos interconectados a los lugares de traba