Verónica había observado todo con un dolor propio; vio su reflejo. Ahombrada caminó hacia el grupo y haciendo sonar sus palmas, ordenó que salieran de la galería. La exposición ha terminado, dijo.
Casi de madrugada, salió la pareja.
Me siento usado, Verónica, tan usado.
Sí, pero no llores, gordo. Los hombres no lloran.