Yo tengo la piel aún más oscura que los cuadros de reinas africanas que se ven en las tiendas de turistas, aquellos que mi madre compraba y colgaba en las paredes del salón. Esas reinas tienen la piel pintada de negro, violeta y azul, lo que me recuerda al cielo nocturno o a las piedras de lava que hay en las playas, pulidas por la caricia de las olas. En secreto, creo que las mujeres de esos cuadros son hermosas, pero la señora Wilhelmina me dijo una mañana que tengo que ser buena porque, con una piel tan oscura, me costará mucho casarme. Mi padre nunca dice nada parecido, pero sí que me pregunta: «¿Cómo has sacado una piel tan negra, Caroline?». Él y mi madre tienen la piel dorada como la miel. «¿Cómo has salido tan negra?».
Como soy la niña más pequeña con la piel más oscura y el pelo más espeso de todo el colegio católico, a la señora Wilhelmina no le caigo bien.