F.G. Haghenbeck

“Yo te ayudaré con la exposición”, le prometió Nickolas. Y lo cumplió, no sólo como amante sino como compañero: la apoyó con el embarque y desembarque de la obra, así como con la realización del catálogo. Por eso cuando Frida partió para Nueva York con su nuevo amor, sólo se despidió del señor Cui-cui-ri, que al hablarle la veía con sus ojos saltones. “Te dejo un encargo: no me vengas con cochinadas. Has de cantar la llegada del sol cada día, pues de ahora en adelante cada día es muy importante para mí”, y partió a su exposición.

No sospechaba que seguía tratando a Diego, y que él fue quien la instó a visitar a la editora de Vanity Fair para conseguir un trabajo. “Es una mujer agradable, pídele que pose para ti y podrás venderle el cuadro”, le aseguró Diego dándole un beso de despedida en la frente.

Frida sabía que Diego estaba muy contento por su exposición, y que atesoraba el momento como un padre orgulloso ante el seguro éxito de su hija.

—Sé feliz, Frida. Eres la mujer que cambia. La que camina con la muerte —se despidió Georgia.