F.G. Haghenbeck

Luego caminó por el empedrado de la calle dejando que el eco de sus pasos rebotara en las paredes hasta unirse con su sombra. Y sin darse cuenta se fue alejando de su hermana para ser engullida por la noche. El mismo viento que por la mañana había notificado la batalla la rodeó hasta que la hizo titiritar. De pronto un resoplido la detuvo en seco y sus pies se soldaron al piso con la fuerza del terror. Se vio frente al revolucionario que se cruzó con su mirada esa misma mañana. El hombre estaba en su caballo, sin moverse. Ambos la miraban con esos ojos de linternilla. La primera idea que se le ocurrió a Frida fue huir y pedir auxilio, pero ese aire pesado como tierra sobre una tumba le era extrañamente familiar.

El carácter rebelde de Frida se volcó contra la imposición de su madre, desechando la religión porque le parecía algo inútil y pesado de llevar en una vida ligera como la de ella. La culpa, el perdón y la oración no estaban hechos para Frida, sabía que encontraría algo más a qué aferrarse para sobrellevar la vida.

En una de esas canastas para la ofrenda de muertos dejó un recado dirigido a Frida, quien lo leyó con una sonrisa: “Te preparé polvorones, porque el tuyo se lo diste a ese revolucionario”.

Agua de horchata

Como mamá Matilde era de Oaxaca, hacía horchata con leche. Papá Guiller

Papá Guillermo la pedía como agua de arroz.

~ 350 gramos de arroz ~ 7 tazas de agua ~ 2 ramitas de canela ~ 2 tazas de leche ~ azúcar.

En una olla con 3 tazas de agua poner a remojar el arroz por más de 2 horas. Tostar la canela quebradita en pedazos en un sartén. Escurrir el arroz y molerlo con la canela y la leche; luego colarlo y pasar el líquido a una jarra con el resto del agua; endulzar con azúcar.

Polvorones de naranja

(mis preferidos)

~ 50 gramos de harina ~ 125 gramos de manteca vegetal ~ 100 gramos de azúcar ~ 1 naranja (jugo y raspadura) ~ 1 yema de huevo ~ ¼ de cucharadita de bicarbonato.

Se bate la manteca con el azúcar hasta que esponje, enseguida se le agrega la yema de huevo, el jugo y la raspadura de la naranja; a esta mezcla se le va poniendo, poco a poco, la harina cernida con el bicarbonato. Se amasa y se extiende la pasta con el rodillo hasta que tenga medio centímetro de grosor. Se cortan ruedas de 5 centímetros y se colocan en una charola engrasada. Se

ponen a hornear a 200 grados centígrados hasta que queden doraditos. Se dejan enfriar. Se espolvorean con el azúcar.

Formar parte de la Preparatoria era un privilegio: ella fue una de las primeras treinta y cinco mujeres inscritas en un plantel donde había dos mil hombres.

Desde luego que ella no cumplió tan ridícula promesa, y pronto se involucró con una palomilla de muchachos intelectuales que se hacían llamar “los Cachuchas”.

Aunque no era un dios muy agraciado: gran panza, ojos saltones y manos tan vastas como sus gustos, extensos conocimientos y mayúsculas fantasías. En Diego todo era grande. Un ogro capaz de robar los suspiros de las muchachas como si fuera una famosa estrella de la radio. Y en ese halo mágico se vio envuelta Frida, que gustaba esconderse entre los portales para verlo trabajar y hasta le avisaba de la llegada de su esposa cuando él estaba con su amante.