Se sabe que si del suelo brota sal
y forma una cañada arenosa
de dos pozos,
se necesitan dos piedras
que señalen el camino.
Pero si nadie sabe cómo contener la sal
ni hacer que florezca de nuevo en las fosas,
los hechos se cristalizan
como una irrupción accidental,
extraordinaria,
y no como la detonación
de un acto que venía entrañándose