Hace unos doce mil años, al principio del Neolítico, uno de nuestros antepasados hizo algo extraordinario: en lugar de comerse una semilla, decidió guardarla para plantarla la siguiente temporada. Ese momento —el principio de la revolución agrícola— supone un punto de inflexión en la evolución de la mente humana y es el nacimiento simbólico del pensamiento a largo plazo.