Las incertidumbres y precariedades de la ancianidad, una enfermedad que remitía en el interior del cuerpo de una madre, padres y hermanos sin trabajo, un hijo que regresaba tras una vida entre barrotes, un bebé en un vientre soltero y el potencial de una niña —confinados por un océano y buques de guerra al oeste, vallas electrificadas y francotiradores al este, y formidables ejércitos en los extremos norte y sur— podían ser redimidos