Sin embargo, cuando la vida se va echando encima, cuando las heridas interiores crecen y ya he probado todo remedio, y las cosas siguen igual o peor, se puede pensar que ya no hay mucho que hacer, y que, a estas alturas, lo de «Dios» y la religión suena ya un poco lejano. Quizá sea porque tenemos ahora nuevos dioses: mi cuenta corriente, mis viajes, mi salud, mi forma física, mis partidos de fútbol, mis ocios, mis compras, mi carrera profesional... Estos nuevos dioses quizá hayan desplazado hace tiempo a Dios en mi vida. Pero antes o después también experimentamos que estos dioses son frustrantes, que no nos dan la felicidad duradera esperada, que, más que hacernos crecer, simplemente nos han distraído, nos han hipnotizado mientras la vida se nos ha ido escapando de las manos