El hilo que une a los amigos es capaz de resistir avatares y faltas y hasta errores de bulto. La profundidad de una amistad no puede juzgarse por la proximidad o la regularidad en la comunicación, sino por la generosidad con la que cada uno acepta las faltas del otro. Es una manera de sentirse humano, vulnerable, aceptado: los amigos nos aceptan como somos porque nosotros también los aceptamos a ellos en un pack completo, aunque nos molesten sus tics, alguna manía o incluso cuando no nos pongamos de acuerdo sobre la bondad de las croquetas de un bar o la genialidad de Xavier Dolan, la amistad es capaz de remontar desacuerdos profundos, disensiones, criterios diametralmente opuestos.
Las mejores amistades evolucionan con el tiempo, y es tan fácil retomar el hilo de una conversación de hace seis años como continuar un diálogo que se empezó ayer. Otro signo fácil de reconocer la amistad es la alegría que nuestros éxitos producen en nuestros amigos y la manera en que nos acompañan en los fracasos.
Fechas como fin de año o Reyes nos hacen sentir de una manera casi palpable la ausencia de los amigos que se fueron. Las celebraciones compartidas, los momentos felices y tensos y complicados porque en el camino de vida de una