Esta última intervención nos dejó de piedra. La señora entendía más de lo que aparentaba. ¡Era una filósofa! Padre se animó, asintió con vigor –¡contra la domesticación!, repitió– y dijo que la existencia de mascotas no era más que una aberración de la cultura occidental, una infantilización, una marca de clase y una señal de decadencia, además de una estúpida y perniciosa moda de la que, afortunadamente, muchísimas culturas asiáticas y africanas ni siquiera tenían noticia.