Nietzsche decía que los grandes espíritus son escépticos; Diderot, que es tan arriesgado creerlo todo como no creer nada; Fernando Gamboa, que el escepticismo significa “no creer en todo lo que brilla pareciéndose al oro”, para ser capaces de reflexionar sin ataduras;3 Unamuno, que el escepticismo es lo opuesto al dogmatismo. Escéptico, decía este último, no quiere decir el que duda sino “el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado”.4 Sin duda el escepticismo es un buen consejero cuando se trata de aproximarnos a los fenómenos políticos, cualesquiera que éstos sean. No se trata de abrazar la postura del escéptico radical, la del nihilista, sino la del que indaga, inquiere, cuestiona, examina y sopesa, en lugar de ser esclavo de sus creencias o repetidor de consignas.