Luego, muy suave, enhebra en él la palabra secreta que le dieron los Magos y sopla apenas.
Es un suspiro leve, esponjoso, mullido, pero la palabra sube y trepa y atraviesa el mar y la distancia y cruza el cielo para llegar, muy dulce y sosegada, al corazón abierto de la abuela.
Y la abuela comprende.
Por eso, lentamente, guarda platillos y manteles, apaga luces, cierra la ventana. Y cuando la noche se enciende, alta y azul, ella también pliega su sueño muchas veces y sin palabras dice:
—Llévala, Chapupite.