Héctor González

  • Victor Avilés Velazquezhas quoted11 days ago
    Hay que decir que todos sueñan en secreto con convertirse en periodistas. La mayor parte del tiempo van al bistró por las noticias y tienen retazos en exclusiva de conversaciones sustraídas de la sala de redacción. Como es normal, los periodistas nos ignoran, excepto Pierrot Bouillane, responsable de los destacados, quien a través de nosotros se entera de los chismes de la calle. ¿Saben que los admiramos? Porque finalmente, ¿existe oficio más apasionante? No me refiero a los editorialistas tediosos ni a los segundones de la sección de nota roja. Me refiero a los reporteros: aquellos exploradores modernos, buscadores que no buscan oro sino información, aquellos cartógrafos del progreso, aquellos aventureros de la verdad. ¿Se puede desear un destino más noble que descubrir algo y darlo a entender?
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted11 days ago
    El día que desapareció colgué su profesión de fe en la pared, cerca de mi cama: “No poner tu nombre en la puerta; no tener más que una cama, una mesa, un sillón; una chimenea para llenarla con libros, un sillón para apilar los periódicos, una caja de las Galerías Lafayette en la que se guardan y se revuelven las cartas que nunca hay tiempo de leer; y pilas de libros para sentarse, libros como descansabrazos, libros para colocar el sombrero. Dormir con el suave sarape de viaje a manera de edredón y cada mañana pisar al amanecer el cuero de la querida valija de piel de cerdo. No acomodar el traje en un armario, sino encontrarlo en la mañana dormitando en una maleta abierta. ¿Acaso no sea la única manera de estar siempre en paz, siempre en camino, en el corazón mismo de París?”
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted11 days ago
    ¿Parecería un tonto si le digo que ese día nació mi consciencia política? Después de todo, ¿cómo no declararse revolucionario si a los diez años uno se indigna de la tiranía de los colonizadores blancos y asume la defensa de los leones oprimidos? En cada mitin al que voy, ahora que la victoria del Frente Popular parece al alcance de la mano, recuerdo con emoción el clamor de esas miles de voces de niños tomando fraternalmente partido por los leones.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted11 days ago
    Todas las mujeres son sirenas, querido Jules, incluso si en mi caso una voz cubre las demás, más allá de la distancia y del tiempo.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted11 days ago
    Bueno, no era exactamente un hombre. O mejor dicho, sí era un hombre o medio hombre. ¿Cómo decirlo?
    Es un enano.
    Lo encontré llorando en la escalinata del ring. ¿Su tristeza? Querer pelear y la negativa de los organizadores. No aceptan enanos en las luchas.
    Él es ahora mi segundo inquilino. Mi edificio se convirtió en el arca de Noé de las almas en pena. Si no detestara a los animales sólo me faltaría recoger a los perros callejeros de la colonia.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted6 hours ago
    El otro día recogía en la sala de redacción los pliegos para entregar cuando apareció Louis Aragon, quien salía de la oficina del director Vaillant-Couturier. Desde que colabora con L’Humanité nunca me lo había encontrado. Tiene rasgos finos, cabello oscuro, aire modesto e incluso tímido. En su mirada parece haber una ingenuidad y en sus modales una cortesía que no se esperaría de uno de los intelectuales franceses más influyentes. Me entregó dos libros, amarrados con una cinta roja, y un papel doblado en dos: “Mi niño, ¿podrías entregarlos a esta dirección?” Intelectual o no intelectual, poeta brillante o no, ¡no admito que me digan “mi niño”! ¡No es broma, tengo veinticuatro años y me gano el pan como los demás! Y entonces, ¿no es ésa también la razón por la que queremos la revolución? “Sí, camarada”, le contesté, enfatizando la última palabra. Aragon sonrió: “Gracias, camarada”. Y me guiñó el ojo, lo cual terminó de exasperarme. ¡Cómo hemos cambiado!
    El papel decía: “C. Vallejo – Bulevar Garibaldi 41”. Era la dirección de un hotel miserable. El gerente me dio el número de la habitación y tan pronto toqué a la puerta me abrió un tipo delgado y alto. Rasgos gruesos, una frente despejada y las cejas tupidas. “—¿Señor Vallejo? De parte del señor Aragón.
    ”—Pase.”
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