La labor del soberano consiste en tomar esa decisión en nuestro nombre: en decidir, de hecho, quién o qué amenaza la paz. Si todos nos avenimos a ello, el soberano tendrá la potestad de salvaguardar la paz, porque nadie podrá cuestionar la decisión que haya tomado. La soberanía es, por tanto, una especie de monopolio.