Alejandra Pizarnik fue la más maldita de todas las poetas. La que intentó el suicidio una y otra vez, hasta que lo consiguió. La de la voz petrificada en al tristeza. Por todo eso, esta carta es una rareza. Muestra a una Alejandra ligeramente entusiasta con un trabajo fijo en una París a la que mira con amor, aunque la ciudad le muestra su cara más fea. Lee, quien fuera su amigo, el poeta Fernando Noy.