El día que el hombre llega a la Luna, D empieza a trabajar como vendedor viajero de productos de Kramp: clavos, serruchos, martillos, picaportes y mirillas. Comienza también entonces la educación paralela de su hija, M. Convertida en ayudante y cómplice, se salta las clases a espaldas de su madre para acompañar a D en sus viajes, descubriendo un precoz sentido comercial y un talento inesperado para la picaresca mientras recorren los pequeños pueblos del sur chileno, un territorio plagado de fantasmas.