Todos sabemos el poder que tienen las enfermedades para amedrentar nuestra vida. Por eso me niego a vivir bloqueada por el miedo, esperando que me saboteen sin piedad. La vida me ha colocado la enfermedad de mi madre y algún motivo tendrá. Su plan secreto no va a convertirme en víctima de sus avatares, y lejos de minimizar mis fuerzas, voy a exprimir cada golpe en busca de mi recompensa.
Como cuidadora, he atravesado muchas etapas y he experimentado innumerables emociones, abundantes como para acumular las herramientas necesarias para afrontar cualquier desafío. Cada fase me ha brindado una lección, y he aprendido que distinto no significa peor. Los cambios implican renovarse y descubrir habilidades que hasta ahora permanecían ocultas. Aunque no tengamos manual de instrucciones, no hay que olvidar que es nuestra actitud la que va a infundirnos motivación para asumir riesgos y valor para tomar decisiones.
Las enfermedades son pozos de sabiduría que esconden aprendizajes muy valiosos, cuyos beneficios exigen un esfuerzo muchas veces sobrehumano. Sin embargo, a medida que desarrollemos nuestra capacidad de adaptación, lograremos alcanzar una mayor destreza a la hora de manejar cualquier sentimiento.
Aunque el camino que me queda por recorrer no se vislumbra nada fácil, estoy dispuesta a ajustar mi rumbo a las exigencias de la enfermedad, tantas veces como sea necesario.