¡Pobre Rosalinda!, solo los niños que leyeron el cuento de “Bonsaurio. El último dragón” se acordaron de ella. Sus padres, sus vecinos, sus amigos, nadie en el pueblo la echaba de menos y hasta el propio dragón parecía haberse olvidado completamente de su suerte. Ni siquiera el autor de esta historia tuvo el menor gesto de liberarla de su encierro en la cueva de Bonsaurio, dejándola allí para el resto de su vida.
Pero toda historia tiene siempre una segunda parte, de lo contrario los cuentos dejarían de tener un final feliz y los niños vivirían tristes y sin ilusión. Además, ¿acaso Bonsaurio no era un buen dragón?, ¿cómo podría olvidar a la pobre campesina?.
¡Claro que no!.