En nuestros días, la religión americana moderna tiene una visión tan endeble, mundana y pervertida de la gracia, que no es de extrañar que muchos creyentes profesantes piensen que están escuchando el tintineo insoportable de las cadenas legalistas cuando algún predicador es lo suficientemente ingenuo -o tal vez incluso tiene el amor de Cristo por sus almas- para decirles que la Palabra de Dios les ordena obedecer al Señor Jesucristo. La verdad del asunto es que Jesús mismo dice que obedecerlo es nuestra expresión de amor por Él; de hecho, continúa diciendo que no lo amamos si no lo obedecemos. Esto es una verdad aleccionadora, pero bíblica.
Su preciosa sangre, derramada en la cruz del Calvario, no sólo nos limpia, sino que también santifica. Que nuestros corazones derramen nuestro amor a Cristo mediante una obediencia ferviente, humilde y gozosa a Él. Obedecer es una palabra de cuatro letras que los creyentes comprados con sangre deben amar.
"Hay dos cosas que son indispensables para la vida del cristiano: un conocimiento claro del deber y una práctica consciente del mismo correspondiente a su conocimiento. Así como no podemos tener una esperanza bien fundada de la salvación eterna sin la obediencia, tampoco podemos tener una regla segura de la obediencia sin el conocimiento. Aunque puede haber conocimiento sin práctica, no es posible que haya práctica de la voluntad de Dios sin conocimiento. Y, por lo tanto, para que seamos informados de lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, al Gobernante y Juez de toda la tierra le ha agradado prescribirnos leyes para regular nuestras acciones. Cuando habíamos desfigurado miserablemente la Ley de la naturaleza originalmente escrita en nuestro corazón de modo que muchos de sus mandamientos ya no eran legibles, le pareció bien al Señor transcribir esa Ley en las Escrituras, y en los Diez Mandamientos tenemos un resumen de los mismos."