Cuando decidí escribir mi primer cuento a los seis años, no pude separarlo de la ilustración. Desde ese momento de mi vida hice de mis relatos no sólo un complemento de mis pinturas, sino pinturas en sí. Cada detalle, cada absurda o nostálgica imagen, representa en palabras, lo que la luz, la sombra o el color pueden simbolizar en un cuadro.
El arte expresa lo inexpresable con palabras, todo aquello que no nos atrevemos a decir; pero cuando ese arte se traduce en escritura, lo oculto aparece de manifiesto y no podemos esconderlo. Es por esto que mis personajes son seres que se dan licencia para ser.
Existen sólo tres tipos de personas a las que se les permite decir lo que piensan o hacer lo que sienten: los ancianos, los niños y los locos. De eso trata este libro, de ancianos, de niños y de locos. De personajes que, lejos de las normas sociales o lo políticamente correcto, dejan fluir sus emociones, aunque con eso se les vaya la vida.