Se respira una atmósfera anómala en estos nueve cuentos. No sabría decir si es un rasgo onírico, o un realismo que se desborda y deviene otra cosa, pero origina un cosquilleo en algún punto del sistema nervioso. Sí, es una especie de estampida, pero de sentidos; surgen personajes como bestias, al límite, desesperados en el intento de encontrarse a sí mismos. En ese movimiento de seres crispados, llama la atención una figura que adquiere un cariz insólito en la narrativa chilena: la madre manumisa. La madre de Estampida no es esa mujer que soporta la cadena de su maternidad, aquella que está siempre-a-disposición, sino una madre que se escapa, ya sea en sus pensamientos o a lo largo de una carretera. En varios de estos cuentos vemos madres prófugas y emancipadas, dispuestas a no ser otra cosa que mujeres libres. Son cuerpos potentes, geniales, que algo inauguran, aunque no sepamos todavía qué.